Cuando pego a mi hijo me siento la peor persona sobre la faz de la tierra.
¿Cómo puedo decirle que lo quiero tanto y luego hacerle algo así?
He escuchado muchos motivos, razonamientos, excusas y explicaciones tras un azote fortuito, un manotazo o un cachete. También me los he dado a mi misma y se los he dado a otros. No soy ajena a la violencia que ejercemos contra los más pequeños.
He pegado a mi hijo. Y no quiero volver a pegarle, pero no sé si lo repetiré en el futuro.
Pego a mi hijo y el mundo se detiene.
¿Cómo eres capaz?
¿Por qué le haces daño?
¿No te das cuenta de que es muy pequeño?
Me juzgo.
Al igual que he juzgado a mil otras madres y mil otros padres por hacer lo mismo. Cuando lo han hecho otros me han parecido monstruos, inmaduros, incapaces de gestionar sus emociones, casi trogloditas. Ahora lo hago yo y no me puedo perdonar, al igual que no se lo perdoné a todos ellos.
No es por él.
Cuando pego a mi hijo es por mi. Por mi falta de control, mis miedos, mi angustia, mi mochila… Y soy yo la responsable de la situación, la que se supone que sabe cómo actuar. Pero no lo sé.
Nadie me ha enseñado a gestionar lo que me bulle por dentro. Ni en mi familia, ni en el colegio. No es algo de lo que se hable. Debes saber hacerlo de forma natural. Ni si quiera está bien visto decir que no sabes o que estás buscando a alguien que te oriente.
No estoy fuera de mi.
Cuando pego a mi hijo estoy dentro de mi, muy dentro, tan dentro que no soy capaz de verlo. Pierdo el rumbo y solo estoy yo con mis emociones, mi ira y mi violencia. No hay hueco para él en la ecuación. Lo saco de un golpe.
No me convierto en un monstruo, sigo siendo yo.
Veo el miedo en sus ojos, y el dolor. Porque mamá hace cosas que no entiende. Yo tampoco lo entiendo.
Es más fácil culpar a un monstruo, algo imaginario e invisible que no soy yo. Es más difícil aceptar la responsabilidad.
Cuando pego a mi hijo no estoy poseída. Sigo siendo yo con todas mis capacidades. Y soy responsable de todo lo que hago y lo que digo. Si no lo soy yo, ¿cómo puedo pedirle a él que lo sea?
Pego a mi hijo.
Y no me siento orgullosa de ello. No quiero hacerlo. Pero no puedo prometer que no se vaya a repetir, y eso es lo que más me entristece. Ser consciente de mi falta de control. Saber que él sufrirá daño en mis propias manos es muy duro. No puedo prometer que no pasará nunca más.
Hijo, te prometo:
- Aprender a gestionar mis emociones, y en el proceso ayudarte a aprender de las tuyas. Aprendamos juntos.
- No culpar a nadie si vuelve a ocurrir. Sobre todo no culparte a ti.
- Ser más responsable. Porque la responsabilidad me hace fuerte, tener el poder de decidir. Dejarte ser responsable.
- Transformar ese «pegar» en algo positivo. No convertir un manotazo en un grito, ni en etiquetas o amenazas.
- Entender que esta es mi decisión adulta y que tú puedes pegarme porque aún estás por llegar al mismo punto que yo. Ayudarte a llegar.
Y sobretodo, quererte a cada paso que demos juntos en esta dirección, que creo, sinceramente, es la correcta.
– Mamá.
Dácil dice
Me dejas sin palabras…
Muy bueno el post, aunque te diré que alguna vez que he dado una torta a mis hijos no es miedo lo que veo en sus ojos sino desafío. En mi caso solo sirve como elemento de ruptura de tensión cuando las cosas se van de madre, pero lo que realmente funciona es cuando hablamos tras la tormenta y entendemos las razones de ambos.
Lucy Chibimundo dice
Es difícil saber qué les pasa por la cabeza en esos momentos. Tanto cuando ellos son «violentos» con nosotros como al revés. Y al final creo que la falta de comunicación y comprensión es la base de todo ello.
Precisamente lo que dices, hablar tras la tormenta.
Papás casi primerizos( Lidia) dice
Un post muy valiente, el primer paso es reconocer que no está bién, y no buscar justificaciones. Me encanta como escribes y la manera en que expresas algo tan delicado sin tapujos
Lucy Chibimundo dice
Muchas gracias 🙂
Es un tema delicado porque no nos gusta ver nuestros fallos, y para mi pegar a mi hijo es fallar. Por eso es importante reflexionar sobre ello. Aunque nos disguste.
Sarandonga dice
Qué bien expresas lo que me pasa por dentro… Y menos mal que nuestros niños tienen el don de perdonarnos estos errores. Cuánto aprendemos de ellos! ??
Lucy Chibimundo dice
Ojalá pudiera perdonar la mitad de rápido que Loki. Esa habilidad para eliminar el rencor de la vida, estar a tope en el presente… que pena perderla.
Estela - Criando Pulgas dice
Transformar ese “pegar” en algo positivo. Para mí esa es la clave. Ya ha pasado, lo has hecho, pues bueno, sabes que no lo quieres hacer porque no te gusta lo que provoca en él ni en ti no? Pues ahí lo tienes, el punto clave que te hace click en la cabeza. La teoría la tienes, ahora llega la parte más difícil que es llevarlo a la práctica. Ánimo :*
Lucy Chibimundo dice
Para mi, reflexionar sobre lo que ha pasado, cómo me sentía, qué quería, cuál era mi objetivo, mis necesidades… y luego valorar todas las otras opciones que había, para poder tenerlas en cuenta «a la próxima».
Martarivasrius dice
Todos cometemos errores. Todos. Si no es ese, es otro. Y sí, somos responsables de ello, sin más. Pero admitir que no lo hacemos bien e intentar mejorar, es la clave de la vida y, sobre todo, del amor. Lo estás haciendo bien. Poco a poco.
Lucy Chibimundo dice
Todos lo hacemos lo mejor que podemos. Lo intentamos fuertemente.
Reiniciacc dice
Todos tenemos algún momento de no saber gestionar las cosas… y reaccionamos de maneras que no nos gustan… sí, la culpa es nuestra y solo nuestra, pero lo importante es darse cuenta del error. No normalizarlo diciendo no pasa nada, no convirtiéndolo en una rutina… pidiendo perdón e intentando que no vuelva a suceder. Genial el Post.
Lucy Chibimundo dice
Intentar que no vuelva a suceder es mi meta.
noemi dice
A todos nos puede pasar en un momento determinado, perder los nervios y no saber gestionar nuestras emociones, pero por eso no nos tenemos que sentir culpables. tenemos que aceptar que a veces nos equivocamos y que podemos poner remedio.
Un beso enorme.
Lucy Chibimundo dice
Precisamente quiero cambiar la culpabilidad por la responsabilidad, y hacer algo para cambiarlo 🙂
Vanessa dice
Hola!! Me ha encantado. Estás más o menos en el punto en el que estaba yo hace algo más de 1 año, cuando mis hijos se desbordan emocionalmente hacen una pataleta, yo cuando me desbordaba les daba un cachete. Me di cuenta de que no es el camino, empecé a leer sobre crianza respetuosa y empecé un blog para soltar todas mis frustraciones en él en lugar de soltar golpes y gritos. Tranquila, es ir poco a poco no somos monstruos pero tenemos asimiladas conductas violentas como «normales» y es dificil no repetir patrones. Yo a día de hoy llevo muchos meses sin que se me «escape» un cachete, los gritos son un tema más complicado en mi caso pero en eso estoy mejorando cada semana porque ellos lo merecen y puedo decirte que cuanto menos grito mejor se comportan ¿casualidad? Yo no lo creo. Besos, ánimo y muy buen post!!
Lucy Chibimundo dice
Estamos empezando en el mundo «berrinche» de querer cosas y llorar… no creo que pueda llamarlo rabieta aún… tiene solo 15 meses, pero me drena la paciencia más rápido de lo que imaginaba.
Al final si movemos la situacion de contexto es fácil darse cuenta. Cuando tu estás mal, si tu jefe o tu pareja de hablan mal, te gritan o te pegan… ¿consiguen algo de ti? No, es mejor acompañar y apoyar…
Mamá Pingüino dice
A todas nos pasan cosas así en algún momento y nos sentimos las peores personas del mundo. A mi hay veces que me comen los demonios y luego, cuando estoy tranquila y relajada, me siento mal, muy mal, lloro, le abrazo y le pido perdón. Y no hablo de pegar. Hablo de gritar, ponerme nerviosa…. Siempre digo que no se va a volver a repetir, pero mis nervios tienen poco límite y siento que tengo que aprender a tener más paciencia.
Lucy Chibimundo dice
La paciencia es una virtud poco valorada. La mia no es gran cosa, pero estoy trabajando en ella 😉
Papás casi primerizos (Lídia) dice
Como te dije me encantó tu post, y x eso estás entre mis favoritos esta semana http://www.casiprimerizos.com/2017/10/mis-posts-favoritos-del-2509-al-0110.html?m=1
Lucy Chibimundo dice
Mil gracias por incluir mi post entre tus favoritos <3
Adorosermama dice
Me has dejado sin palabras. Nunca había leído a alguien reconocer algo así y no caer en la autojustificación. Me pareces tremendamente valiente.
Yo nunca le he pegado a mis hijos pero sí grito cuando pierdo la paciencia. A fin de cuentas, es violencia también.
Permíteme un consejo. Busca ayuda. Cursos de disciplina positiva, de inteligencia emocional. Te ayudarán a liberarte de tus mochilas y a ser la madre que quieres ser.
Te mando un beso enorme
Lucy Chibimundo dice
La disciplina positiva me gusta mucho y me parece tan complicado de hacer, por la mochila que tenemos… pero me esfuerzo en ello jeje 😀
Toñi dice
Hola
Hace unos meses ya de tu post, pero lo encontré ayer por casualidad y no puedo evitar dirigirme a ti, porque es como ir atrás en el tiempo y hablar con mi “yo” pasado, y tratar de ayudarlo…
Discúlpame, porque me voy a extender mucho.
Verás, yo soy mamá de dos hijos, de 8 y 3 años. He pasado por lo mismo que tú. Me embarqué desde el principio en la crianza respetuosa y consciente y claro, ver que haces precisamente aquello que sabes que está mal, que puede estar marcando a tus hijos, etc… es duro, muy duro.
Hay libros y libros hablando sobre cómo hacerlo con los niños, sobre ser consciente de cómo les estamos tratando, sobre ser empáticos con ellos, compadecernos de ellos, ponernos a su altura, tratar de gestionar nuestras emociones para no hacerles daño. Pero… ¿y nosotras qué? ¿Quién se está poniendo a nuestra altura cuando llegan esas situaciones que nos desbordan, esas emociones que no soportamos? ¿Quién nos está acompañando? Nadie. Ni siquiera nosotras mismas, porque estamos entregándonos a ellos, a nuestros hijos, porque hemos decidido no hacerles más daño.
Entonces, fracasamos, una y otra vez. Y nos hundimos… “He de enfocarme en que no vuelva a suceder más”, nos decimos. “No puedo permitir más esto, haré lo que sea, aprenderé a gestionar mis emociones y lo haré por mi hijo, porque él no tiene la culpa de todo esto, no se lo merece”. Y ahí seguimos, enfocándonos en hacerlo bien, en ser buenas madres, en no cometer los errores que cometieron con nosotras. “No haré lo mismo que hicieron conmigo” se convierte en nuestro mantra.
Pero seguimos equivocadas, déjame decírtelo, permíteme decírtelo. Todo esto, no sirve. No sirve que hagamos terapia para que no suceda más. No sirve. Sí, es cierto que es importantísimo que nos hayamos dado cuenta que ese no es el camino que queremos. Es estupendo decir “No, no quiero esto en mi vida”. Pero nos equivocamos de senda.
¿Estás teniendo en cuenta a tu niña interior? ¿Te has hecho consciente también de cómo le hablas a ella? ¿Tan consciente como te has hecho de cómo le hablas a tus hijos? No. Sé que no. Lo leo detrás de todo lo que has escrito.
¿Sabes? Cuando dices “Hijo, te prometo no culpar a nadie si vuelve a ocurrir, sobre todo no culparte a ti”, cambia ese “no culparte a ti” por “no culparme a mí”. ¿Te cuesta? ¿Te resulta egoísta? Primera prueba de que vamos mal. De verdad te digo, que escogemos el camino equivocado cuando creemos que nuestros hijos son lo primero: he pasado ocho años haciéndolo así y no iba a ninguna parte más que a mi autodestrucción y, en consecuencia, a la de ellos. Porque es así, lo que hagas contigo es lo que cuenta más que ninguna otra cosa, es lo principal.
Imagínate a ti misma con cinco años. Imagina que esa niña habita en tu interior (porque esa es la realidad). Cada vez que te dices “¡Qué mal lo hago!”, imagina que te tienes delante a ti misma con cinco años y te dices “¡Qué mal lo haces!”. ¿Cómo crees que se siente ese “tú” de cinco años? Pues eso te estás haciendo.
Créeme, iniciar un diálogo con tu niña interna te cambiará la vida. Y la de tus hijos. Nos culpabilizamos, no nos respetamos, nos exigimos. Nuestro diálogo interno es devastador. Tanto, que hasta llegamos a pegarnos a nosotras mismas… Imagínatelo: estás diciéndole a tu niña interior “Lo haces mal, lo has vuelto hacer, no puedo permitir que hagas eso de nuevo ¡me oyes! Tú tienes la culpa de todo, tienes que ser más responsable, sé que lo volverás a hacer, lo sé. No tienes en cuenta a mi hijo, no te puedo perdonar”. Y esa niña destrozada, se vuelve a reprochar una y otra vez el haberlo hecho mal…
Nos autodestruimos y luego queremos darles a nuestros hijos lo mejor de nosotras mismas. ¿Ves la incoherencia? Es imposible.
Te cuento algo que me pasó a mí: mis hijos pasaron hace poco una racha con un virus en la barriguita. Les duró más de un mes. Llegó un momento en que, cuando hablaba con mi madre por teléfono, ya no le contaba que los niños habían vuelto a vomitar o a tener diarrea. No lo hacía porque mi madre siempre ha tenido la manía de buscar qué es lo que yo he hecho mal para que mis niños estén malitos. Si están resfriados me dice: “¿Y eso? ¿Es que no los abrigas bien? ¿Les das vitaminas? Porque yo a ti te daba vitaminas y defensas, hay que tener más vista con ellos, bla, bla, bla…”
Y siempre igual. Así que, en esta ocasión pensé “No tengo ganas de oír a mi madre decir qué he hecho mal para que mis niños estén malitos de la barriga, me niego a tener que oír eso”. Y no se lo conté, para descansar de su diálogo. Entonces sucedió algo revelador: descubrí mi diálogo interno como el que de repente ve algo que había tenido delante de sus ojos toda su vida, pero nunca lo había visto. Me descubrí diciéndome: “No tenía que haber hecho esta comida hoy, soy una descuidada, una irresponsable, seguro que cualquier madre les hubiera cocinado una sopa buena para la barriguita, pero yo, que soy una gandula, no lo he hecho, si es que no me centro en hacerlo bien, solo miro mi comodidad, bla, bla, bla…”
¡Era yo! ¡Mi madre no me había dicho nada esta vez y me lo estaba diciendo yo! Tenía su voz en mí, era la mía propia…
Y me hice consciente de todo mi diálogo interno. “Eres horrible, ¿cómo puedes gritarle así a tu hijo? ¿Cómo has podido zarandearlo con lo pequeño que es? Eres un monstruo. No te mereces ni tener hijos. Mira fulanita, ella nunca haría eso, seguro, y lleva mucha más carga que tú. No tienes justificación”.
Un diálogo autodestructor ¿Cómo me extraña que me llegue a pegar a mí misma a veces? Así es como yo me estaba tratando. Así es como aprendí a tratarme desde niña. Así es como he estado tratando a mi niña interna. Porque es una programación mental adquirida. Desde tu hermana mayor que te dice que molestas y que te calles y te vayas de su habitación, hasta tus padres que te dicen que eres una irresponsable y una marrana por hacer eso, pasando por la maestra que te dice que lo has hecho fatal…. Y mil cosas más o peores.
Nuestra niña interna está herida y mucho. Sin sanarla no podemos acompañar a nuestros hijos jamás en condiciones. ¿Sabes? Tengo muchos libros de crianza respetuosa. De Carlos González, Rosa Jové, Yolanda Gonzalez…. etc. Debo tener unos diez. Los voy a tirar todos. No quiero ni uno más. Ya no me sirven. Ya han cumplido su función, que es hacerme consciente de la importancia de cómo tratamos a nuestros hijos. Y me alegro de haberlos leído.
Pero ahora sólo leo libros para amarme a mí misma, para elevar mi autoestima. Y, desde ahí, es desde donde por fin está cambiando todo. Desde ahí sí que puedo hacer un camino paralelo en la educación respetuosa de mis hijos. Ahora sí.
Ahora mi diálogo interno es: “Tranquila, lo estás haciendo lo mejor que sabes y puedes.”.
Ese “Tengo que hacerme responsable, no puedo permitir que esto suceda más”, lo he cambiado por una profunda compasión hacia mí misma. Sí, compasión hacia nosotras es lo que necesitamos. Es el paso más grande, la base más importante. Ahora me veo como una madre que ha querido darlo todo y está agotada, alguien que está al límite, una olla a presión. No puedo ni disfrutar de mis hijos. Ahora que entiendo esto, pierdo el control y ya no me lo reprocho, ni tampoco lo vivo como un fracaso, de nuevo un fracaso… No.
Ahora sé que no puedo compararme con ninguna otra madre, porque nadie conoce mis heridas, nadie sabe nada de mí. Me he entregado por completo a mis hijos y me he olvidado de mí. Una entrega completa en la que ellos han sido mi prioridad y yo he estado en segundo plano. ¿Y eso no pasa factura? Desde el primer día. Porque nos dejamos de lado y eso no es bueno para nosotras. Y lo que no es bueno para nosotras, no es bueno para nuestros hijos. Regla de oro.
Ahora no es que no les grite nunca, no. Pero algo ha cambiado. Cuando les grito, ya no me quedo en una espiral de la que no sé salir. Ahora sí lo veo. Ahora me miro. Como tú dices, no estoy fuera de mí, estoy muy dentro. Pero ahora me abrazo. Veo lo que está pasando y me entiendo. Me digo “Esto es humano. Estoy desconectada, no soy capaz de tener ahora empatía por mi hijo, tengo rabia, lo estamparía contra la pared.” Me hago espectadora y alucino con la gran rabia y frustración que hay en mí, la observo. Veo como una película que no soy capaz de dejar de hablar de esa forma en la que sé que no debo hablar, pero mi boca no para. ¿Qué es esto? ¿Por qué me pasa? No lo sé. Tal vez un psicólogo me lo pueda explicar, pero ¿para qué me sirve? Lo único que me sirve es pararme y compadecerme de mí y de las heridas que llevo que me hacen estar en un estado así.
Entonces me abrazo. Me digo que no pasa nada, que voy a sanar, poco a poco. Mi objetivo no es dejar de gritar. Mi objetivo es cuidarme y sanar. Y eso tendrá como consecuencia que deje de gritar, o tal vez no. Pero mis hijos ven que me trato bien. Me perdono. Les digo que mamá a veces está tan cansada, tan triste, que grita y no sabe por qué. Leemos juntos el libro “El emocionario” y tratamos de entender nuestras emociones. Y ellos lo entienden todo y se vuelven más empáticos. ¿Sabes? Nos hemos quedado con una imagen de crianza respetuosa y perfecta que queremos cumplir, pero eso es irreal. Somos humanos, y el que más o el que menos, tiene heridas que sanar. Y tener hijos te las aviva todas a tope.
Nos hemos equivocado de enfoque. En mi casa hay gritos, a veces se nos escapan. A veces hay rachas malas, malísimas, en las que parece que no podemos más que gritar y decir cosas que no queremos. Estoy incluyendo al padre. Pero nos acompañamos. Al principio, guiada por todo lo que había leído sobre crianza respetuosa, le reprochaba al padre cuando gritaba. Ahora lo abrazo, le digo que lo entiendo, lo consuelo… veo su herida, veo la mía. Mis hijos captan eso.
Y ¿sabes? Hemos de saber que nuestros hijos absorben más nuestro cariño, nuestros mimos, que los gritos que les damos o algún cachete que se nos haya podido escapar. De verdad, graban en su corazón cualquier instante de cariño mucho más que lo negativo. Porque hacemos muchas cosas bien también, no se nos olvide. Son muchas más las cosas que hacemos bien que las que hacemos mal. Nosotras tenemos el foco puesto en todo lo que hacemos mal, pero ellos no, ellos es al revés.
¿Te imaginas un padre alcohólico criando solo a su hijo? Pobre niño ¿verdad? Pero mira, imagina que ese padre es consciente de que no puede seguir siendo alcohólico porque ama a su hijo y sabe que le está haciendo daño. Su hijo le ha tocado el corazón, le ha hecho despertar, ahora merece la pena la vida. Entonces, hace lo posible por dejar el alcohol, pero le cuesta mucho, es una adicción horrible. Alguna vez, estando ebrio, ha tratado mal a su amadísimo hijo, ese al que desearía tratar entre algodones… Y se siente un monstruo asqueroso que no merece tener un hijo tan maravilloso y delicado entre sus monstruosas manos. Y, entonces, bebe. Bebe porque los alcohólicos se castigan a sí mismos bebiendo, se odian. Y así una y otra vez. (Si quitamos el alcohol ¿no es lo mismo que hacemos nosotras?).
Entonces, ese hombre se rehabilita. ¿Cómo? Se deja de castigar, se deja de odiar a sí mismo y deja de beber. Es la única rehabilitación posible. Su hijo no tendrá más un padre que lo trate bajo los efectos del alcohol.
¿Ha sido desafortunado ese niño con el padre que le ha tocado? ¿Hubiera sido mejor un padre “de libro” de esos que nunca gritan porque han leído mucho sobre crianza respetuosa? Verás, pues ese hijo, probablemente, cuando sea un hombre admirará a su padre. Le habrá enseñado una valiosa lección de superación, habrá visto a un padre superándose, un padre herido, humano, que ha sido capaz de sanar y le habrá enseñado probablemente la mayor lección de su vida.
No, no idealicemos la crianza de nuestros hijos. Todos somos humanos y consiste en respetar eso y en apreciar que hacemos lo mejor que podemos con el conocimiento que tenemos.
¿Sabes? Ahora me amo. Miro la vida que llevo y pienso ¿yo querría esto para una hija mía? No. No me gustaría que estuviese siempre metida en casa ocupándose de sus hijos intentando ser la mejor madre y nada más. Me gustaría que se apuntase a ese curso que le hace ilusión, que delegase más la crianza y sacase tiempo para ella misma. Que pasease sola por la playa para sentirse a sí misma y reencontrarse. Que se lo permitiera. Que se priorizara y fuese feliz y, en consecuencia, sus hijos también. Que tuviese una gran sonrisa porque se siente bien consigo misma, porque se valora. Eso es, que reconociese su propia valía, que se regalase tramitos de tiempo para ella, para hacer lo que le haga sentir bien. Y entonces disfrutaría algo más de sus hijos, porque estaría más relajada y plena. Y sus hijos disfrutarían más de su madre.
¿Por qué desear eso para una hija mía, pero no para mí? Créeme. Desde que hago esto algo ha cambiado, ahora sí. Estoy empezando a sentir algo que no había sentido hasta ahora: alegría.
Estoy empezando a deleitarme más cuando miro a mis hijos. Ya no me presiono, ya no me exijo, ya no me reprocho. Ahora me tengo en cuenta, me mimo, me cuido, me respeto. Mis hijos me ven más feliz. Y, sí, les grito un poco menos. Hasta veo posible que casi deje de gritar algún día. Pero si lo hago, les pediré perdón y me perdonarán. Y, lo más importante, yo también me perdonaré.
Siento mucho haberme extendido tantísimo, pero es lo que he sentido y lo he permitido salir plenamente. Me he acostumbrado a escribir mis pensamientos y mis sentimientos, algo que ayuda mucho, muchísimo.
Un abrazo, eres estupenda, eres maravillosa, mereces lo mejor, no te quepa duda.
Nieves dice
Gracias Toñi por tu texto, me ha encantado leerlo.
Tienes toda la razón, para que los niños estén bien, es imprescindible que tú estés bien primero.
Lo uno es consecuencia de lo otro…
Cuándo mi hijo tenía casi tres años, tuvo una época terrible, se portaba fatal, se autoagredía tirándose de cabeza contra la pared… En fin, un horror.
Cuando volvimos de vacaciones, decidí consultar con un psicólogo infantil porque estábamos desesperados y no sabíamos qué hacer.
Pues bien, de camino a la psicóloga, mi hijo me dijo que yo siempre estaba enfadada, y era verdad. Por el trabajo, el estrés o problemas de pareja, por exigirme demasiado,… era cierto que siempre estaba enfadada.
Llegué a la consulta, nos hizo una entrevista a los padres, el niño estaba por ahí jugando… Yo le comenté que ya sabía lo que pasaba, que el mismo pequeño me lo había dicho con palabras!
Luego se quedó a solas con él. Fuimos en total como 3 ó 4 veces. Y se volvió a reunir con nosotros, esta vez sin el niño en la consulta.
Su conclusión era la misma, si nosotros no estábamos bien, y principalmente yo, que soy la que más tiempo paso con él, la cosa no iba a funcionar.
Me comentó que hiciera lo posible para buscar tiempo para mí, hacer algún hobbie, salir, hacer deporte o cualquier otra cosa que me gustara y que hiciera antes de tener a mi hijo… Evidentemente con la implicación del padre, que me diera ese sitio que yo misma me había arrebatado voluntariamente.
El cambio fue increíble! De la noche a la mañana!
Yo me relajé, me liberé de la presión y el pequeño empezó él sólo a encauzarse. Y él mismo me había dado la solución!!!
Han pasado 3 años, y aunque lógicamente alguna vez tenemos altibajos, la cosa ha mejorado y se ha convertido en una convivencia normal.
No me quiero imaginar qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos seguido por aquella senda de destrucción.
Ahora trato de estar bien conmigo misma, aunque a veces no puedo, pero lo intento con todas mis fuerzas. Es la manera para ser feliz y así ver feliz a mi hijo.
Gracias…
Yasol dice
Ay!..me he puesto a llorar!..gracias por esas palabras de aliento…
Lucy Chibimundo dice
Gracias a ti por pasarte y dejarme un comentario, espero que te hayan sido útiles.
Maria dice
Toñi, me he sentido profundamente identificada contigo, gracias por expresar tus emociones y vivencias, siento que somos muchas las que hemos pasado por eso que pasan y pasaran si no sanamos, de donde eres ?
Un abrazo gigante.
Adriana dice
Se que hace mucho tiempo de estos textos pero he caído aquí, perdida y desesperada por haber vuelto a pegar a mi bebé y me he sentido súper identificada con el texto inicial de Lucy pero el tuyo ha sido increíblemente revelador… no he sido consciente de lo mucho que me estaba exigiendo, culpando y torturando a mi misma hasta que no te he leído. Tus palabras son sumamente valiosas para mi en este momento y seguro las volveré a leer en numerosas ocasiones. Por ello darte las infinitas gracias ❤️
Lucy Chibimundo dice
Creo firmemente en compartir este tipo de cosas precisamente por esto, porque no sé cuándo otra persona allá afuera puede estar viviendo la misma situación qu eyo y quizás QUIZÁS pueda ayudarle saber que no está sola :* cuidate mucho!
Laura dice
Gracias, lo necesitaba, ahora tengo que aplicarlo
Lucy Chibimundo dice
Me alegra que te haya servido 🙂
María Morales dice
Daros las gracias a todas por compartir vuestras experiencias y reflexiones. Me siento muy identificada con todas vosotras como madre. Mi carácter inseguro y mi falta de autoestima afecta muchísimo en la manera de relacionarme con mi hija. Pierdo los nervios con facilidad, ella me reprocha que le regaño constantemente y de vez en cuando le he dado cachetes . Lo peor, como decís, es que siga reproduciendo estas conductas que me llenan de remordimientos y me atormentan continuamente. Siempre he sido consciente de mis defectos y demonios internos. No llegaba a relacionar en tanta medida mi comportamiento con mis conflictos y obstáculos internos más profundos . Muchas gracias a todas por hacérmelo ver. Me llena de calma y como un revulsivo leeros. Me tranquiliza recordar que somos seres humanos y erramos con los hijos también, pese a ser las personas que más queramos en el mundo. Esta es la paradoja de estas situaciones tan delicadas y complejas. Un abrazo enorme a todas, sigamos en el camino y en la lucha de esforzarnos en ser mejores personas y madres cada día. Intentemos seguir haciéndolo lo mejor posible para seguir adelante y ganarnos todo el amor y respeto posible de nuestros hijos. Un fuerte beso para todas y ánimo!
Lucy Chibimundo dice
El hecho de que te replantees que cuando das un cachete hay algo que no va bien ya es un paso en la dirección adecuada para tratar con mayor respeto a tu hija.
Mucho ánimo y besos 🙂
Raúl dice
Gracias por vuestros comentarios. Tengo una niña de 6 años y un bebé de año y medio. A mi hija nunca la he puesto la mano encima. Pero si estoy aquí un lunes a las 4 y media de la madrugada escribiendo es porque me siento fatal por haberle dado una torta a mi hijo (y al pobrecillo le he dejado la cara roja) , me siento fatal y necesito ayuda porque tengo miedo de que lo vuelva a hacer. He leído que si respiras profundamente durante varios segundos, lo controlas pero no sé si surgirá efecto. Mi mujer me ha dicho que no va a permitir que vuelva a pegarle. Llevamos 9 años casados y 22 juntos, pero temo por nuestra relación si vuelve a suceder. No voy a extenderme en lo que pasó antes del tortazo. Mi hijo tiró un recipiente de aperitivos al suelo y se rompió. Acto seguido le dije “¡¡tú eres tonto!!” Le bajé y le di una torta, todo por detrás al cogerle e espaldas a mi. Vino mi mujer cogió a mi hijo en brazos y me dijo “eso no, eso no, eso no”. Me siento fatal, quiero tanto a mi chiquitín… y no quiero volverlo a hacer
Lucy Chibimundo dice
Saber que nuestro comportamiento no ha estado bien y QUERER no repetirlo es un gran paso. Nos han educado diferente y recibimos constantemente información de que no pasa nada por hacerlo, por eso es tan grande que tu hayas llegado hasta aquí.
No somos perfectos, la cagamos. Y hay miles de técnicas para parar antes de dar el golpe o el tortazo o lo que sea… respirar es una de ellas. Contar hasta diez, salir de la habitación… a mi me funciona de forma asombrosa el ir a lavarme las manos…es «purificador» xD
Espero que puedas hacerle comprender a tu pareja que fue un error y que no es esa la manera en la que quieres comportarte y estás dispuesto a probar cosas para mejorar.
Ánimos.
Cristina dice
Mil gracias por el artículo y por el resto de personas que han compartido su vivencia y su sentir. Me sentía fatal hasta hace un momento pero me ha aliviado bastante poder leeros. Echo muchísimo de menos tener una tribu donde compartir este tipo de cosas, donde nadie venga a darte lecciones de lo bien q lo hace sino donde exista verdadero acompañamiento entre «hermanas» ( o hermanos, perdona Raúl 😉
No es quitarle importancia ni justificarlo, sino darse cuenta de por que ocurre, sin culpas, siendo compasivas con nosotras mismas porque al final …nadie puede dar lo q no tiene y aunque me haya costado muchísimo llegar a asimilarlo: el acto mas amoroso y generoso q existe el de emprender el camino del autoconocimiento y de aprender a amarse a una misma…Sólo así podremos disfrutar realmente de nuestros hijos y ser la madre que ellos se merecen (y que también nosotras merecimos).
Ánimo valientes! Estamos en el camino 🙂
Xaves dice
Aunque el post es ya viejo he llegado aquí de casualidad y me ha aliviado como a todos leer las experiencias del resto. Tanto el texto principal como el escrito de Toñi me ha aliviado mucho.
Yo tengo dos hijas biológicas de 4 años y desde hace medio año un niño de 3’5 años, que es adoptado. Su llegada sucedió en un momento en el que no estábamos emocionalmente bien, era un momento bastante convulso en nuestras vidas y esto fue la gota que colmó el vaso. Al estrés habitual de cualquier familia y el agotamiento mental de pasarse la vida cuidando a unos pequeños humanos, hay que sumar que con el niño recién llegado no tienes ningún tipo de vínculo, nada que te ancle y te mantenga serena en los momentos que pierdes la paciencia, y además que el niño recien llegado pues obviamente ni tiene las costumbres, no sabe hablar, no tiene costumbre de escuchar y además tiene muchos miedos debidos a sus vivencias. Cualquiera podría pensar que lo lógico sería sentir una empatía tremenda y tenerle mucha más paciencia que a cualquiera.
Pues para mi sorpresa nos ocurre lo contrario, las cosas que eres capaz de pasarles a tus hijos, que te enfadan pero comprendes, a este pobre niño no se las pasas, y te enerva más y y tu paciencia parece inexistente a veces. No entiendo por qué nos está pasando ésto, nos pasa igual a mi pareja y a mí, no nos gusta tratarlo mal, a los gritos, incluso yo le he dado un tortazo en alguna ocasion, cosa que nunca he hecho con mis hijas. En consecuencia el niño me tiene miedo, y que más va a hacer? Se supone que yo debía sanar sus heridas, pero no consigo tenerle paciencia por más que intento esforzarme.
Tal vez como dice Toñi mi enfoque no sea el adecuado y deba tomar otro camino.
Lo único que sé es que quiero ser mejor para él y para mis hijas también. Quiero ser la madre que se merecen.